sobre Mona, su eterna amada y amante...



Mona estará allí esperándome. Me abrazará cariñosamente, como si nunca nos hubiéramos abrazado. Pasaremos sólo dos horas juntos y después se marchará... para ir al baile donde sigue trabajando de tanguista. Cuando regrese a las tres o las cuatro de la mañana, estaré profundamente dormido. Se enfurruñará e irritará, si no me despierto, si no la rodeo con los brazos apasionadamente y le digo que la amo. Tiene tanto que decirme todas las noches y no hay tiempo para contarlo. Por las mañanas, cuando me marcho, ella está profundamente dormida. Vamos y venimos como trenes. Ése es el comiendo de nuestra vida en común.
La amo en cuerpo y alma. Es todo para mí y, sin embargo, no se parece en nada a las mujeres con que soñé, a esos seres ideales a los que adoraba de muchacho. No corresponde a nada de lo que había concebido en lo más profundo de mi ser. Es una imagen totalmente nueva, algo extraño, algo que el Destino trajo como un remolino por mi senda desde una esfera desconocida. Al mirarla, al llegar a amarla pedazo a pedazo, descubro que su totalidad se me escapa. Mi amor aumenta como una suma, pero aquella a la que busco con amor desesperado y ávido, se me escapa como un elixir. Es completamente mía, casi como una esclava, pero no la poseo. Soy yo quien estoy poseído. Estoy poseido por un amor como no se me había ofrecido nunca: un amor absorbende, un amor total -un amor de mis propias uñas de los pies y de la suciedad de debajo de ellas- y, sin embargo, mis manos siguen agitándose eternamente, intentando asir y empuñar, pero sin coger nada.

Henry Miller, "Sexus".